Para todos los que viven lejos y no pueden adquirir este gran material aqui va lo ultimo de Tabare Cardozo, que lo disfruten.
01- El viaje
02 - El murguero oriental
03 - Pa´ delante como un tren
04 - Botija maula
05 - Segundos afuera
06 - El "Pistola" Marciscano
07- El padre de la nena
08- La muchacha del abrigo azul
09 - Barbosa
10 - Vamos al cine
11 - El umbral
12 - La escalinata de la vanidad
https://open.spotify.com/album/44v7WpvfwCqpPOejWvb4pN
Apr 21, 2008
Apr 18, 2008
Carta de Joan Manuel Serrat a Montevideo
"Recordar; del latín re-cordis. Volver a pasar por el corazón". (Eduardo Galeano) Para los que no están y siempre echaremos en falta.
Querido Montevideo:
Ayer hablé por teléfono con Galeano y me contó que el tiempo está muy inestable por ahí. El invierno empieza a mostrar su cara de palo y los plátanos de sombra ya están arreglando sus cosas antes de echarse a dormir.
Cuando nos vimos las caras por primera vez, Montevideo, verdeabas por los cuatro puntos cardinales y las muchachas se desparramaban adormiladas en los pastos del Parque Rodó, robándole el brillo al Sol del mediodía para llevárselo puesto. Era noviembre de 1969. Aquel año fue el primero de mi vida que tuvo dos primaveras.
Encontrar la sombra perdida del Graf Spee
Viajé desde Buenos Aires con Edmundo Rivero, el de las manos como capazos y la voz de trueno; con él compartía cartel en el Parador del Cerro. Vine para un par de días, con urgencias, como siempre, y, nada más llegar, después de atender un par de periodistas tan convencidos como yo de lo efímero del éxito, en especial el mío, salí del hotel con la intención de bajar al puerto a cumplir con una antigua promesa: encontrar la sombra perdida del Graf Spee.
De niños, el Tito y yo, conmovidos por el heroísmo de aquellos marineros, rubios como la cerveza, que hacían de buenos en la película, nos juramentamos, al salir del cine, que, en cuanto fuésemos mayores, iríamos a Montevideo a echarles una mano a aquellos desventurados tipos, aunque fuesen alemanes; así que aprovechando la ocasión, aun a sabiendas de que era demasiado tarde para hacer nada por ellos, eché a andar con moderado entusiasmo al encuentro de mis fantasmas infantiles. De cualquier modo, aunque no sacase nada en claro del Graf Spee, siempre me quedaba el Tito quien, en nuestra anual conversación en el bar Juanito, escucharía generoso el relato ampliado y aderezado de este rescate de recuerdos. Pero tú querías llamar mi atención con otras cosas,
Montevideo.
Querías que te viera, que me fijara en ti, que me dejara de pavadas de Graf Speeses y marineritos heroicos y que me enredase en tus redes. Por eso abriste para mí la cajita de los asombros y, justo al salir del hotel, aprovechando mi torpeza habitual, me hiciste pisar una bosta de caballo en la puerta del Hotel Victoria Plaza, antes de Moon. Yo, que había salido a buscar perfumes de niñez me di de morros con ella. Qué admirable y qué insólito se veía en el asfalto aquel trofeo verde y oro. No por el hecho en sí, claro, no por el lugar elegido por el animal para cagar, sino porque aún rondas en caballos por el centro. Aquella bosta le dio una vuelta de tuerca al destino. Me devolvió a los cuarteles de invierno de los años idos. Encendió mi curiosidad empujándome a buscar debajo de tu vestido. Me llamaste y yo atendí y me dejé llevar.
Olvidé el asunto del Graf Spee y a Tito. Olvidé el programa previsto. Incluso olvidé una visita concertada al Estadio Centenario - por cuyas tripas, si uno le pone atención, al atardecer, se escucha el tintineo metálico de los tacos - y caminé a donde quisieron llevarme mis zapatos. Como un gurí por la murga, me dejé llevar por calles engalanadas de forchelas; calles en las que aún estaba caliente el recuerdo de Xirgú y donde los diarios voceaban nombres desconocidos que iban a tardar poco en serme cotidianos; calles que aguardaban todo el año la vuelta del Carnaval, agotadas sus existencias de longanizas para atar perros; veredas por las que los hinchas de Nacional caminaban agrandados con títulos libertadores e intercontinentales bajo el brazo como quien se exhibe con el termo para cocer el mate de la gloria.
El termo. ¿Quién dijo el termo.? El termo y el hombre. El termo y la cancha. El termo y Dios. Qué insólito espectáculo, querida, para unos ojos profanos, contemplar a unos ciudadanos comunes, en su mayoría tipos respetables, yendo y viniendo de sus quehaceres cotidianos con ese artefacto que uno cree reservado a situaciones de emergencia, con la mayor de las naturalidades, enganchados a él como un yonki a la heroína. Aun reconociendo el aporte tecnológico que el termo representa para la cultura de la yerba, no deja de ser chocante para unos ojos profanos, repito.
Aquél día, caminé tus calles como nunca he vuelto a caminarlas mientras tú, Montevideo, hacías todo lo posible por deslumbrarme. Unas veces de frente y otras por sorpresa. Me llevaste a comer achuras al Mercado del Puerto, nos tumbamos en la tarde de Pocitos y juntos amanecimos en el Cerro. Me trajiste a Alfredo y a Daniel y al loco del Sabalero y a la dulce Vera y yo te llevé conmigo al Este, a comernos las noches con Nana, con Manolo, con la Camerata. Me gustaste desde el primer momento, Montevideo, pero fue más tarde cuando me enamoré de ti. Fue cuando te exiliaron y te viniste a mi casa con lo puesto. Ahí, mirada triste, sueños torcidos, carnes torturadas; ahí te conocí, Montevideo; ahí te sentí como algo mío, y ahí nos juramos amor eterno.
Joan Manuel Serrat
Querido Montevideo:
Ayer hablé por teléfono con Galeano y me contó que el tiempo está muy inestable por ahí. El invierno empieza a mostrar su cara de palo y los plátanos de sombra ya están arreglando sus cosas antes de echarse a dormir.
Cuando nos vimos las caras por primera vez, Montevideo, verdeabas por los cuatro puntos cardinales y las muchachas se desparramaban adormiladas en los pastos del Parque Rodó, robándole el brillo al Sol del mediodía para llevárselo puesto. Era noviembre de 1969. Aquel año fue el primero de mi vida que tuvo dos primaveras.
Encontrar la sombra perdida del Graf Spee
Viajé desde Buenos Aires con Edmundo Rivero, el de las manos como capazos y la voz de trueno; con él compartía cartel en el Parador del Cerro. Vine para un par de días, con urgencias, como siempre, y, nada más llegar, después de atender un par de periodistas tan convencidos como yo de lo efímero del éxito, en especial el mío, salí del hotel con la intención de bajar al puerto a cumplir con una antigua promesa: encontrar la sombra perdida del Graf Spee.
De niños, el Tito y yo, conmovidos por el heroísmo de aquellos marineros, rubios como la cerveza, que hacían de buenos en la película, nos juramentamos, al salir del cine, que, en cuanto fuésemos mayores, iríamos a Montevideo a echarles una mano a aquellos desventurados tipos, aunque fuesen alemanes; así que aprovechando la ocasión, aun a sabiendas de que era demasiado tarde para hacer nada por ellos, eché a andar con moderado entusiasmo al encuentro de mis fantasmas infantiles. De cualquier modo, aunque no sacase nada en claro del Graf Spee, siempre me quedaba el Tito quien, en nuestra anual conversación en el bar Juanito, escucharía generoso el relato ampliado y aderezado de este rescate de recuerdos. Pero tú querías llamar mi atención con otras cosas,
Montevideo.
Querías que te viera, que me fijara en ti, que me dejara de pavadas de Graf Speeses y marineritos heroicos y que me enredase en tus redes. Por eso abriste para mí la cajita de los asombros y, justo al salir del hotel, aprovechando mi torpeza habitual, me hiciste pisar una bosta de caballo en la puerta del Hotel Victoria Plaza, antes de Moon. Yo, que había salido a buscar perfumes de niñez me di de morros con ella. Qué admirable y qué insólito se veía en el asfalto aquel trofeo verde y oro. No por el hecho en sí, claro, no por el lugar elegido por el animal para cagar, sino porque aún rondas en caballos por el centro. Aquella bosta le dio una vuelta de tuerca al destino. Me devolvió a los cuarteles de invierno de los años idos. Encendió mi curiosidad empujándome a buscar debajo de tu vestido. Me llamaste y yo atendí y me dejé llevar.
Olvidé el asunto del Graf Spee y a Tito. Olvidé el programa previsto. Incluso olvidé una visita concertada al Estadio Centenario - por cuyas tripas, si uno le pone atención, al atardecer, se escucha el tintineo metálico de los tacos - y caminé a donde quisieron llevarme mis zapatos. Como un gurí por la murga, me dejé llevar por calles engalanadas de forchelas; calles en las que aún estaba caliente el recuerdo de Xirgú y donde los diarios voceaban nombres desconocidos que iban a tardar poco en serme cotidianos; calles que aguardaban todo el año la vuelta del Carnaval, agotadas sus existencias de longanizas para atar perros; veredas por las que los hinchas de Nacional caminaban agrandados con títulos libertadores e intercontinentales bajo el brazo como quien se exhibe con el termo para cocer el mate de la gloria.
El termo. ¿Quién dijo el termo.? El termo y el hombre. El termo y la cancha. El termo y Dios. Qué insólito espectáculo, querida, para unos ojos profanos, contemplar a unos ciudadanos comunes, en su mayoría tipos respetables, yendo y viniendo de sus quehaceres cotidianos con ese artefacto que uno cree reservado a situaciones de emergencia, con la mayor de las naturalidades, enganchados a él como un yonki a la heroína. Aun reconociendo el aporte tecnológico que el termo representa para la cultura de la yerba, no deja de ser chocante para unos ojos profanos, repito.
Aquél día, caminé tus calles como nunca he vuelto a caminarlas mientras tú, Montevideo, hacías todo lo posible por deslumbrarme. Unas veces de frente y otras por sorpresa. Me llevaste a comer achuras al Mercado del Puerto, nos tumbamos en la tarde de Pocitos y juntos amanecimos en el Cerro. Me trajiste a Alfredo y a Daniel y al loco del Sabalero y a la dulce Vera y yo te llevé conmigo al Este, a comernos las noches con Nana, con Manolo, con la Camerata. Me gustaste desde el primer momento, Montevideo, pero fue más tarde cuando me enamoré de ti. Fue cuando te exiliaron y te viniste a mi casa con lo puesto. Ahí, mirada triste, sueños torcidos, carnes torturadas; ahí te conocí, Montevideo; ahí te sentí como algo mío, y ahí nos juramos amor eterno.
Joan Manuel Serrat
Apr 10, 2008
Ultima Presentación de Murga Es Lo Que Hay
Apr 7, 2008
Carnaval en Abril
Este sábado pasado el 5 de abril 2008 se vio presentado en el Club Uruguayo de Sydney “Carnaval en Abril”. Fue organizado por el Consejo Consultivo de Sydney y se vio el club a casi capacidad total. Se arranco con el Dúo de Los Hermanos Arapi (Pablo y Alejandro) cantando clásicos del Canto Popular. Después estuvo Murga Es Lo Que Hay quien presento Saludo, Canción Final y Retirada de su repertorio 2007/2008 y se cerró la noche con Candombe Yauguru.
El evento fue un éxito y agradecemos a los organizadores y grupos quienes permitieron una noche de carnaval donde se vivió igual que en el tablado.
Cuando tengamos las fotos las pasamos.
El evento fue un éxito y agradecemos a los organizadores y grupos quienes permitieron una noche de carnaval donde se vivió igual que en el tablado.
Cuando tengamos las fotos las pasamos.
Apr 1, 2008
Falta Y Resto: Murga La... (1983)
1983: Murga La...
Se acerca la libertad y la murga se burla de la censura, que no se da cuenta del engaño que la ridiculiza. Hasta llega a felicitar, antes de ver la puesta, al autor del cuplet de la murga que no existe. Ironías de la necedad.
Grabamos el tercer LP: Murga la...
Este cuplet determinaría el estilo creativo de La Falta de allí en adelante. Buscar mecanismos nuevos, entretenidos, sorprendentes, con los que se pueda decir y sugerir, hacer pensar y aplaudir, reír y llorar. Falta y Resto.
En el plantel aparecen el Capi, Fatiga, El Milanesa, y algunos otros que el corazón cobija aunque sus nombres se escapen de la memoria.
La Falta cruza el charco por primera vez, para debutar en la vieja Trastienda de Thames y Gorriti. El éxito es total.
La revista Humor, referente de la época, vierte su opinión: Con Falta y Resto, carnavales son los de ahora.
Fuente: http://www.faltayresto.net/
Descarga Directa
Se acerca la libertad y la murga se burla de la censura, que no se da cuenta del engaño que la ridiculiza. Hasta llega a felicitar, antes de ver la puesta, al autor del cuplet de la murga que no existe. Ironías de la necedad.
Grabamos el tercer LP: Murga la...
Este cuplet determinaría el estilo creativo de La Falta de allí en adelante. Buscar mecanismos nuevos, entretenidos, sorprendentes, con los que se pueda decir y sugerir, hacer pensar y aplaudir, reír y llorar. Falta y Resto.
En el plantel aparecen el Capi, Fatiga, El Milanesa, y algunos otros que el corazón cobija aunque sus nombres se escapen de la memoria.
La Falta cruza el charco por primera vez, para debutar en la vieja Trastienda de Thames y Gorriti. El éxito es total.
La revista Humor, referente de la época, vierte su opinión: Con Falta y Resto, carnavales son los de ahora.
Fuente: http://www.faltayresto.net/
Descarga Directa
Subscribe to:
Posts (Atom)